Tal y como escribió José Milla y Vidaurre, en Cuadros de Costumbres, la Feria de Agosto en la ciudad de Guatemala no sólo es un evento comercial y de esparcimiento, sino un espectáculo social. En aquella obra, Pepe Milla escribió que Me dirigí al lugar de la escena, armado de mi espíritu de observación, como quien lleva un telescopio para ver de cerca los astros, o un lente para tomar una fotografía. La plaza y las calles de Jocotenango estaban blanqueadas por disposición de la policía, y los árboles seculares que sombrean el lugar parecían mirar con desdén el movimiento de la feria. […] La feria de Jocotenango es un pretexto: los que van a comprar bueyes o mulas son pocos; los más van a ver y a ser vistos, a comer dulces, a beber chicha, a divertirse con las ocurrencias del pueblo.
Pues yo también visito la feria, cada año, para ejercer el antiguo arte de people watching. Es tradición que voy en compañía de Carmina y de Raúl, y este año se nos unió Danilo, el novio de Carmina, y nos hizo falta el Tian, hijo de mi amiga. También nos hizo falta Luisa, que fue con nosotros el año pasado. Hay que ir a la feria en buena compañía para disfrutar mejor del paseo y para compartir la alegría.
Como en 2024 visitamos la dulcería de doña Josefina, que este año estaba acompañada por su hija, Yolanda, y no por su nieto, Kendal. Los dulces de aquella dama de Comalapa son frescos y deliciosos; pero lo mejor es la forma alegre y amable con la que atiende a la clientela. Ese puesto está junto al monumento ruidoso que hay en la fiesta, digamos que en la esquina suroriental. Si no le atinas a esta forma de orientarte, búscala a mano derecha, viendo hacia el Parque Morazán. Ahí compramos conserva de coco blanca y conserva con panela, chilacayote, canillitas de leche, chancaca, dulce de pepitoria, alfeñiques… y olvidé comprar mazapán.
¡Por supuesto que comimos garnachas! No encontramos la garnechería del año pasado, pero gracias a nuestros cuates Chema y Ariel nos quedamos en la número 68. Por algún motivo, este año algunos puestos de la feria no tienen sus nombres, sólo números. En la 68 hubo buenas garnachas con bastante cebollín. Comimos acompañados de Orange Crush y Tiki porque… ¿vas a creer que ya no venden cervezas en la feria? ¡Obvio que se están perdiendo los valores! Entiendo que se quiera un ambiente familiar —libre de bolos—, pero debería hacerse como en los diamantes de béisbol en los Estados Unidos de América, donde se venden cervezas, pero si te pillan bolo y conflictivo te sacan pie con jeta.
Los churros los comimos en Churros Occidental chulísima, muy moderna y elegante. En la Santo Domingo tomamos el atol de elote, sin maicena, bien hecho, sabroso como debe ser.
Esta vez no subimos a los carros chocones y no oí una buena lotería; pero no me quedé sin ir al tiro al blanco, de donde salí con llaveros del Hombre Araña, de Deadpool y con un colmillo para colgar al cuello.
No sólo José Milla escribió sobre la feria en el siglo XIX. En Tiempo viejo (citado por crónicas históricas), Ramón A. Salazar escribió que en el Jocotenango de antaño, la feria de agosto era un hervidero de gentes de toda laya: indios con sus bestias, criollos en carruajes, y hasta los señoritos liberales que venían a lucir sus trajes. El hipódromo, orgullo del gobierno de Barrios, atraía a las multitudes, y las calles se llenaban de puestos de comida, de chicha, de baratijas. Era un cuadro vivo de nuestra Guatemala, con su bullicio y su color.
Y Antonio Batres Jaureguí anotó que la feria era el gran acontecimiento de agosto donde los indígenas traían sus productos, los criollos sus carruajes, y todos se unían en un festejo que mezclaba lo sagrado con lo profano, bajo la sombra de los árboles y el tañer de las campanas.
Recuerdos de niño
La Feria de Agosto me trae recuerdos de mi niñez. Mi primer recuerdo de la Feria de Agosto (como también se la conoce para distinguirla de la Feria de noviembre, que era la de don Jorge Ubico) es de cuando estaba en primer grado de primaria. Mi padre y mi tío Freddy nos llevaron a mi hermano y a mí; y en el tiro al blanco me gané una botellita de vino que mi mamá usó para sazonar un pollo.
También recuerdo que me dio miedo pasar junto a las carpas en las que eran exhibidas la mujer araña y el niño gusano. ¿Por qué es que ya no hay ese tipo de espectáculos en la Feria de Jocotenango? ¿La gente dejó de disfrutar de aquella candidez? En 2007, en la Feria de verano, en Coatepeque había un espectáculo de Mariacandunga, la peluda, y ¿vas a creer que no entré?
En mi primera visita a la Feria de Agosto recuerdo que subimos a uno de esos aparatos que dan vueltas y que me bajé totalmente mareado. No volví a sentir nada tan espantoso hasta hace unos años, en Sumpango, cuando tuve la mala idea de subirme a la rueda de Chicago.
De la feria me fascinaba cómo cantaban lotería; y en casa mi tía abuela La Mamita imitaba muy bien a los de la Feria: ¡El Sol, cachetes de gringo! ¡El negrito, calzón rayado! ¡La muerte quirina, que andando se orina! Ojalá me acordara de más de esas frases, que no volví a oír hasta 2016.
Fiesta que no muere
La Feria de Agosto es más que una tradición; es un lienzo vivo donde se pintan las risas, los sabores y los recuerdos de Guatemala. Es el lugar donde el pasado abraza al presente, donde las garnachas y los dulces de doña Josefina nos recuerdan que la vida se saborea en compañía. Así que no dejes pasar la oportunidad: coge a tus cuates, visita Jocotenango y déjate llevar por el bullicio de esta fiesta que, como dice el lema de Carpe Diem, nos invita a apoderarnos del día.
¡Sólo no vayas el viernes 15 porque como es el mero día de la festividad patronal de la ciudad de Guatemala, y hay feriado, pues hay chumules de gente!








