¿Cuáles fueron los mejores momentos que viví durante las fiestas del 14 y 15 de septiembre pasado?
- El 15, durante el desfile de bandas en la Sexta Avenida, la banda del Colegio Mateo Perrone se detuvo frente a la Plaza Vivar. Tardé en darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero el joven estudiante director de la banda se encontró ahí con sus padres (y se me enchina la piel mientras escribo esto). No pude ver la cara del muchacho, pero debe haber estado emocionadísimo, como orgullosos se veían sus padres. Luego, la banda entera les hizo un saludo a los padres. Por supuesto que hubo fotos, y ya te imaginas, a ambos lados de la avenida mucha gente estaba tratando de quitarse basuritas de los ojos.
- En el mismo lugar y pocos minutos antes, había un joven alto abrazando por detrás a su abuelita menuda. No te imaginas con qué cariño era que el muchacho acariciaba las manos arrugadas de la viejita. Shute que soy, no pude evitar preguntarle al chico si la dama era su mamá o su abuelita. Me contó que era su abuela y le comenté que era una dicha tenerla y lo felicité por el cariño con el que la cuidaba entre la muchedumbre. No te imaginas con qué alegría veía las bandas la señora. No tomé una buena foto porque me pareció invasivo.
- El 14, en la Avenida de la Reforma, vi a un grupo de adolescentes pasar con una antorcha, y en medio de ellos, iba una maestra tratando desesperadamente de mantener el orden y proteger a los chicos a los que acompañaba. Pensé que esa maestra merece una ovación de pie porque ha de querer ganas y mucha vocación hacerse cargo de un grupo de antorcheros díscolos y alegres. Me pareció casi heroico de su parte y qué maravilla que los chicos contaran con ella. No pude tomar foto porque salieron disparados hacia el norte.
- El mismo día, pero ya junto al Obelisco y el pebetero, llegó un grupo de chicos igual a cualquiera de los centenares que participan en esa fiesta. ¿Qué hizo que llamaran mi atención? En un marco llevaban el retrato de un ser querido ausente y, a la hora de la foto, el recuerdo de la persona ausente estuvo presente en la celebración y en la alegría. No pude tomar foto porque ocurrió muy rápido y soy lento con los dedos y el teléfono…pero Raúl Contreras estába ahí y captó el momento.
¿Por qué te cuento esto? Porque el espíritu familiar, festivo, celebratorio, cándido y alegre es el espíritu propio de las fiestas de Independencia. Los bolsazos con agua y otras agresiones son prácticas ajenas a la tradición y deben ser abandonadas.
Al Obelisco y a las bandas acuden familias, grupos de escuelas, colegios, amigos, iglesias, barrios, colonias con el ánimo de pasar buenos ratos y tener experiencias juntos alrededor de una tradición bonita: correr en grupo con una antorcha. Es cierto que abundan los gritos de ¡Viva Guatemala!, pero estoy seguro de que nadie va a las fiestas a hacer patria. Eso sí, a todos parece unirnos un espíritu de Yo soy chapín como tú. No porque la mayoría entendamos bien por qué, sino porque estamos ahí y en esta tierra está enterrado nuestro mux. Este año, como algo distinto, vimos las salvas de artillería en el Parque Centenario durante el acto de arriada de la bandera el día 15.
Tengo por lo menos 20 años de asistir a la fiesta de las antorchas y, durante lustros, todo el rollo era llegar en grupo a encender la antorcha en el pebetero y salir corriendo con el destino propio de cada grupo. El grupo puede ser una familia de tres o una multitud. En la plaza del Obelisco había alguno que otro vendedor de bebidas y comidas callejeras, pero la gente llegaba, encendía su antorcha y se iba.
En tiempos de los Colom/Torres, la dinámica cambió porque el gobierno envió música en vivo. La presencia de música en la plaza creó un incentivo para quedarse y ese ambiente atrajo vendedores de cervezas y se hicieron dos grupos notables: la gente tradicional que iba a por fuego para su antorcha y la gente que quería quedarse a parrandear barato en la plaza. ¿Sabes en qué grupo había bolos? Pues sí, en el de la música.
Por supuesto que no hay nada intrínsecamente malo en tomarse una, o dos chelitas en una fiesta (que es muy rico); pero como cierto tipo de gente es ese tipo de gente, la dinámica cambió. El sábado pasado vi a cuatro sujetos vomitando en la plaza, y en la Reforma vi a una pareja deplorable bien socada meando en un tronco. Un año, los Colom/Torres mandaron a regalar tamales y toda la plaza quedó inmunda, alfombrada con hojas de tamal, resbalosa y maloliente.
Ahora es TV Azteca quien lleva música y animadores a la plaza, donde la fiesta ha ido perdiendo carácter. Ahora, el lado norte de la plaza no se distingue de cualquier feria genérica, en tanto que en la parte sur de la plaza, junto al Obelisco, todavía se vive el espíritu original de celebración cándida.
Eso me lleva a la aparición de la costumbre nefasta de lanzar bolsas de agua. Esa práctica nunca fue parte de la fiesta tradicional de las antorchas (como no fuera en casos muy aislados, supongo). Pero después de los encierros forzados del 2020, apareció esa práctica que también desnaturaliza la fiesta de las antorchas. Sobre todo porque el lanzamiento de bolsas de agua es invasivo y agresivo. ¿Viste que rompieron vidrios de automóviles y hasta disparos? Es cierto que si a uno no le ha cerrado el lóbulo frontal, es alegre mojarse. ¿Quién no ha disfrutado de una buena mojada en su oportunidad? Pero una cosa es mojarse voluntariamente y otra cosa es ser mojado -con fuerza-. Cuando yo era niño caminaba en los charcos de lodo, de la Reforma, con mis botas de hule.
Descontado el abuso, la práctica de lanzar bolsas de agua, o cubetadas, o chorros, tiene efectos negativos:
- Las bolsas plásticas que la gente lanza y deja tiradas hacen basura innecesaria y, si van a parar a los tragantes, los tapan y después generan inundaciones.
- Como dijo una señora el sábado: “Llora sangre que desperdicien el agua que hace falta en las casas.” Los que desperdician el agua, muchas veces potable, es porque no pagan el precio real que tiene el líquido vital. Incluso si compran el agua embolsada, quienes la venden no pagan los costos reales que tiene aquel líquido.
- Por donde se lo vea, lanzar agua (o cualquier otro líquido) es una práctica de malísima educación cuando se hace de forma arbitraria y agresiva. Es bien muco eso del agua.
El año entrante sugiero no dejar que una tradición alegre y bonita como la de las antorchas sea estropeada por unos cuantos. ¿Cómo? No mediante la prohibición que nadie podría hacer efectiva porque se ve que la policía no puede contra los grupos de bolseros, principalmente si se comportan como orcos.
Sugiero que va a ser una labor de educación para el largo plazo, por medio de campañas que expliquen por qué no está bien desperdiciar el agua que otros necesitan, llenar de basura las calles y los tragantes, y agredir a otras personas. La violencia es un componente clave de la práctica de las bolsas de agua… pero no de la tradición de las antorchas.
Por lo demás, la fiesta de las antorchas no dura 10 días como la Semana Santa, ni 40 días como la Cuaresma (conmemoraciones que también disfruto mucho). En ese sentido, su efecto en el tráfico es sustancialmente menor, sobre todo después de que, este año, la gente haya aprendido que hay formas de organizarse mejor durante una fiesta popular con carácter como la mencionada. Así como el Viernes Santo uno va en Uber a la zona 1, así se resuelven las posibles dificultades del 14 de septiembre.
En una sociedad como la chapina (con sus problemas de delincuencia y de crispación), es una dicha que se puedan celebrar fiestas callejeras, multitudinarias y familiares en paz. Es admirable el orden espontáneo que se da durante la celebración de las antorchas; y estoy seguro de que si nos despojamos de prejuicios, podemos aprender mucho de lo bueno que ocurre durante esta fiesta y de las amenazas que pueden estropearla.
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