Porque me encanta El señor presidente, la novela magistral de Miguel Ángel Asturias, una parte de mí se alegra de que sus restos sean repatriados; pero otra parte de mí lo lamenta.
Miguel Ángel Asturias fue Premio Nobel de Literatura en 1967; recibió el Premio Lenin de la Paz, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1965. Fue padre de Rodrigo Asturias, comandante de la Organización del Pueblo en Armas, uno de los cuatro grupos integrantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
He leído que el escritor -en su poesía- habría expresado su deseo de ser enterrado en Guatemala; y en todo caso, si así lo desea su familia que bien. No deja de incomodar que la repatriación vaya a ser usada como distractor político. Pero lo que de verdad lamento es que vayan a sacar sus huesos del cementerio Père Lachaise en París, Francia (porque París, es París), para depositarlos, ¿en el Cementerio General de Guatemala?
Este camposanto es un lugar de olvido, un lugar saqueado y un lugar profanado. Que ha estado a cargo del Ministerio de Salud durante décadas y décadas sólo para terminar siendo un lugar hediondo, infestado de zancudos y de asaltantes.
No estoy seguro de que el recuerdo de Asturias -que fue un grande- merezca este final en el país en el que él pensaba que sólo se puede vivir loco y borracho, como –según relata el escritor Francisco Alejandro Méndez- le dijo Asturias a Ezra Pound.
Finalmente, la repatriación de los restos del Nobel, ¿la pagará la familia Asturias, o la pagaremos los tributarios?