Noche de antorchas y bandas, tradiciones que unen generaciones

 

Como todos los años, desde hace varios lustros, el 14 de septiembre vamos a la zona 1 y al monumento a los próceres de la Independencia a participar en las celebraciones populares.  Los que visitan este espacio con regularidad saben que -en casa- nos encantan las bandas y la fiesta de las antorchas.

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A mucha gente no le gusta la fiesta de las antorchas y se queja por las bandas; pero las calles son espacios de uso común y toca sobrellevar ciertas inconveniencias durante las tradiciones populares que brindan alegría y nos conectan no sólo entre los que participamos en ellas, sino con las generaciones pasadas y las generaciones futuras.  Toca, entonces, sobrellevar las procesiones, las bandas y las antorchas.  Que, por cierto, a nadie toman por sorpresa y durante las cuales, para hacer menos cargosas las inconveniencias, uno puede hacer planes.

Dicho lo anterior…¡a las calles!  La fiesta de las antorchas y de las bandas cada vez atrae a más personas; ayer vi las calles de la zona 1 más llenas de gente que en otros años.  Como es una fiesta familiar, llegan desde los abuelos, hasta los tiernos de brazos.  Los niños son los que más disfrutan de los sonidos, los colores y la alegría.  

Ayer no llegamos a tiempo para presenciar las salvas de artillería durante el acto de izar la bandera a las 6:00 p. m. pero llegamos a la Sexta avenida y a la Plaza de la Constitución abarrotadas. Me perdí el canto de los himnos de Guatemala y de Centroamérica (este último casi nadie se lo sabe y es muy chistosa a conexión instantánea que se hace cuando, en medio de la multitud, habemos dos que tres que su lo entonamos). A la Plaza si llegamos a tiempo para ver los fuegos artificiales y luego nos movimos hacia la Sexta avenida para ver el paso de algunas bandas.  

Luego cenamos no sólo porque ya hacía hambre, sino para dejar que el tráfico se haga menos denso.

De ahí partimos hacia el monumento a los próceres de la Independencia, popularmente conocido como El Obelisco.  Estacionamos en la 13 calle de la zona 10 y caminamos por la Avenida de la Reforma donde nos encontramos con docenas de grupos de antorcheros.  Como en otros años, familias, colegios y escuelas, iglesias, grupos de amigos y barrios.  ¡Nos encontramos con dos grupos de La Limonada que iban gritando ¡Limonada, Limonada, Limonada!

Van los grupos en motos, algunas adornadas; van los grupos en tuk tuks, casi todos adornados; van los grupos que llevan buses, los que levan varias antorchas y los que vienen de lejos.

A mí no me gusta la nueva costumbre de arrojar bolsas de agua, espero que esa práctica no haya venido para quedarse.  No me gusta porque lanzarlas se convierte en una forma de agresión y porque las bolsas vacías contribuyen a la inmundicia.  Nótese que las bolsas no llegan al suelo solitas, sino que personas toman la decisión consciente de lanzarlas y de no recogerlas. Un ejemplo bonito, si alguien se quiere poner creativo, es el de Santa Cruz Barillas, Huehuetenango.  Ejemplo de innovaciòn, sin minar la tradición. 

¿Sabes que otra cosa no me agrada? Que pongan espectáculos con megabocinas y megapantallas en la plaza del Obelisco. En parte porque desnaturaliza lo que es una fiesta espontánea y popular y la convierte en un festival de publicidad cualquiera, sin carácter.  Luego porque la naturaleza de la fiesta en el Obelisco es que la gente llega, enciende su antorcha y se va corriendo. Los ríos de gente fluyen y claro que uno puede aprovechar para tomarse una gaseosa, o una chela, y comerse un taco, o ir a orinar en las facilidades dispuestas para ello.  Pero cuando hay espectáculo, la mitad de la gente en la plaza se queda, no faltan los bolos, el show atrae más ventas de comidas y bebidas que lo usual, se multiplica la inmundicia y la contaminación auditiva es fastidiosa.  Cuando se homogenizan las fiestas, pierden buena parte de su encanto.

La fiesta popular en el Obelisco funciona mejor cuando es espontánea. Ni siquiera hace falta que alguna oficina gubernamental monte el servicio de encender antorchas. La gente enciende sus propias antorchas y unos se las encienden a otros en un interminable desfile.  De hecho…¿sabes?…la Llama de la libertad que debería estar en aquel monumento se mantiene apagada. ¿Sabes que, a pesar de las multitudes no ves policías en el área? Ni nacionales, ni municipales, como no fuera un pelotón de PNC que llegó a encender su antorcha.

La fiesta se celebra en paz, entre personas y familias que buscan solaz y esparcimiento con tranquilidad por la pura gana de pasar buenos momentos y tener buenos recuerdos.

Luego de vivir la intensidad de la celebración a las 11:00 volvimos a casa y desde ahí vimos los fuegos artificiales del Obelisco que estuvieron magníficos.

En El Obelisco y durante el paso de las bandas, la gente celebra la vida.  No el nacionalismo colectivista, ni patriotero, sino el hecho de estar vivos y de que esta tierra es suya.

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