La libertad de expresión está bajo asedio. El acoso, cuando no el ataque comenzó con la [in]cultura woke y con las exigencias de lo políticamente correcto. Siguió con las prácticas de cancelación. En 2020 y 2021 se materializó contra cualquiera que se atreviera a cuestionar la validez científica y ética de los encierros forzados, el uso de mascarillas, las vacunaciones forzadas, por ejemplo.
Los ataques contra la libertad de expresión son muy peligrosos porque esa libertad es es socialmente útil para tres cosas: proteger la dignidad humana, controlar la actividad social y estatal; y buscar la verdad.
De ahí que, por ejemplo, sea inaceptable que un fiscal pida la investigación de periodistas (incluidos columnistas) a causa de notas y comentarios referentes a actores de procesos judiciales. Más inaceptable es que un juez emita una resolución que avale aquella pretensión. Lo correcto es que si en notas periodísticas, o columnas de opinión se hallan injurias, calumnias y claro que difamaciones, los afectados acudan a la Ley de Libre Emisión de Pensamiento en vez de usar un instrumento como la Ley de Delincuencia Organizada; práctica que recuerda las mañas de la CICIG.
En Guatemala, la libertad de expresión está ampliamente protegida por el artículo 35 de la Constitución como debe ser en una sociedad abierta; y la deberíamos defender tanto tirios, como troyanos. ¿Por qué?
Porque como manifestación de la facultad que todo individuo debería tener para decidir y actuar de acuerdo con su mejor juicio, sin estar sometido a coacción arbitraria, la libertad de expresión es la facultad de decir con enunciados, o mediante otros signos lo que se piensa, siente, o desea. Hace posible la exploración de ideas y posibilidades que pueden ser verdaderas -que sean producto de la identificación de hechos de la realidad-…o no. Uno deja de ser un individuo pleno y digno si debe callarse por temor a la legislación, al poder, o al linchamiento.
Porque como contralora de la actividad de los individuos en sociedad y de las actividades de aquellos que ejercen el poder (formal, o informalmente), la libertad de expresión nos faculta para cuestionar, o reforzar las costumbres y las ideas. Nos permite poner en duda, o consolidar las facultades de aquellos que -por el momento- ejercen el poder; y las de aquellos que son sus patrocinadores, electores, o clientela. La libertad de expresión hace posible la discusión cívica de nuestros sistemas de creencias, de nuestros patrones de crianza y de nuestros valores.
Porque como herramienta para la búsqueda de la verdad, la libertad de expresión hace posible que pongamos a prueba nuestras ideas, tecnologías, conocimientos y más. Es peligroso que una marea de pensamiento arrase con la diversidad de perspectivas e ideas (sobre todo si no es orgánica, sino impuesta y como consecuencia de la intimidación, o de la fuerza). Sin la posibilidad de explorar, someter a prueba, o expresar lo aún no ideado, o lo diferente, ¿cómo podemos aprender de nuestros errores e identificar lo que es falso? ¿Cómo podemos aprender de nuestros éxitos e identificar lo que es verdadero?
En ausencia de plena libertad de expresión se imponen el pensamiento único y la historia única; y como dijo la escritor nigeriana, Chimamanda Adichie, es imposible hablar de pensamiento único sin hablar de poder. ¿Qué opinas?
Columna publicada en elPeriódico.