Hoy se celebra el Día de la Constitución; y a pesar de que nuestro texto constitucional es extensivo y ambiguo, a pesar de que no tiene unidad ideológica y que, por lo tanto es contradictorio, a pesar de que en su totalidad es de difícil cumplimiento, es una constitución legítima. Y mejor aún, contiene principios que hay que celebrar y proteger.
En la elaboración del texto constitucional de Guatemala, tirios (de muchos colores) y troyanos (de colores varios) integrantes todos del poder constituyente trabajaron durante meses para alcanzar los acuerdos necesarios para establecer el nuevo régimen ético, jurídico, económico y político. Este carácter democrático de la Constitución de 1985 hizo que su texto desarrollado fuera un tira y encoge de intereses y que, en vez de concentrarse en el establecimiento de principios comunes a todos, la Carta Magna resultara en un mix…y esa es su debilidad.
Su fortaleza, sin embargo, es más importante y está en que -en medio de sus contradicciones- tiende a proteger los derechos de las personas. Normas constitucionales como la de que el ejercicio del poder está limitado por la Constitución y la ley; o la de que el imperio de la ley se extiende a todas las personas que se encuentren en el territorio de la República; o la de que los funcionarios son depositarios de la autoridad, responsables legalmente por su conducta oficial, sujetos a la ley y jamás superiores a ella, o la de que los funcionarios están al servicio del estado y no de partido político alguno, son normas que deberían ser tomadas en serio por los políticos y burócratas que ejercen el poder;…y también por los tributarios y los electores. Por cierto que la Constitución chapina protege a los tributarios contra el abuso fiscal y protege a las personas y a las familias contra las facultades inflacionarias de los políticos y burócratas. Sin embargo, ¿Qué valor tienen las normas constitucionales si no hay quien las defienda? Quienes esperan que las normas constitucionales sean cumplidas por quienes medran en el poder constituido -sin que el poder constituyente actúe como salvaguarda delos principios en los que están inspiradas- están condenados a decepcionarse.
De ahí la importancia de celebrar el Día de la Constitución, no como se celebra el día del lápiz; sino comprendiendo el valor de aquel documento como salvaguarda de los derechos individuales, de la igualdad de todos ante la ley, de la separación de poderes, del sufragio y del estado de derecho en general, que es un principio metalegal. Es decir, como piedra angular de un sistema republicano sano.
De ahí que el texto constitucional no deba estar sujeto a las interpretaciones subjetivas propias de intereses particulares; de ahí que el texto constitucional no deba entenderse como un fluido que corre por donde se le haga correr; y de ahí que el texto constitucional no deba servir al poder, sino que deba contener al poder. La limitación del poder es un valor que deberíamos celebrar en esta fecha.
Es una lástima, sin embargo, que el monumento a la Constitución -que ilustra estas meditaciones- sea un reflejo de lo que valoramos quienes ejercen el poder constituido y quienes somos el poder constituyente. Un monumento feo, brutalista, abandonado y sin contenido. Un sarcasmo, quizás. Y por eso nos va como nos va. No sólo por las contradicciones constitucionales (que las resuelve, o debería resolver la política), sino porque no entendemos la importancia de los principios que hacen posible la cooperación social pacífica, ni la de los principios que hacen posible la confianza.