Una por la libertad de expresión

En Guatemala, en América Latina y en todo el mundo la libertad de expresión está siendo atacada por diferentes vías; en esta conversación con Mario Noya -periodista y editor de Opinión en Libertad Digital– exploramos el tema.

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Mario explica que aunque estamos viviendo el esplendor de las sociedades abiertas y los medios para expresarte libremente están al alcance de cualquiera, también es cierto que muchas personas piden que se les permita expresarse con plena libertad; pero que el de enfrente, el que te molesta, esté amordazado y, además, les piden a las autoridades que intervengan para ello.

Observó que, las redes sociales -que son tan beneficionsas para tanto- se convierten en enemigas de la libertad cuando se convierten en elementos de distorsión para acallar.  Lo más desafiante de las sociedades libres es aprender a vivir con el que te incomoda, aprender a gestionar la incomodidad, no tener que ir amordazando al enemigo.  A veces el objetivo es achicharrar a la persona, y alguien que se pone en el foco de la opinión pública puede acabar achicharrado porque la presión es brutal, de parte de mucha gente, en un período muy corto.

Tenemos un problema tremendo con la corrección política, que es un hombre de paja.

Al referirse  a los limites de la libertad de expresión, Noya opinó que tienen mucho que ver con el contexto y que tienen que ser las mínimas, muy relacionadas con amenazas inminentes y muy creíbles de violencia.  Tiene que primar la libertad de expresión, que no es para escuchar al que te agrada, sino para el que te va a soltar la cosa más desagradable del mundo; pero tiene derecho a decirlo y nadie tiene derecho a callarlo. Eso cuesta muchísimo de afrontar; porque el ser humano, cuando oye decir algo que considera que es una aberración, si no se opone a ello, casi que entiende que está claudicando frente al mal y dispone que hay que callarlo.  Hay que saber cuándo es que hay un peligro y ser realista.

En ese sentido, Arturo Pérez-Reverete recién expuso que vivimos entre montones de inquisiciones. Y este puritanismo espantoso. Nunca he sentido mi libertad personal tan amenazada como en los últimos 10 años. La estupidez es una mala compañera de viaje de la libertad.

Mario Noya, explica que la lucha por la libertad consiste en exponer y denunciar al farsante para que todo mundo sepa que es un farsante; pero no en amordazarlo; y Pérez-Reverte añade que el malo es suficientemente inteligente para darte la libertad que sabe que necesitas. El estúpido te las niega todas. Primero nos mandaron los ricos, luego los resentidos y ahora los estúpidos.

Recién, también, Manuel Llamas, Redactor jefe de Economía en Libertad Digital, se refirió al tema en los siguientes términos: Aquí están los puritanos de izquierdas, mojigatos del siglo XXI, censurando letras y canciones, como los curas y las monjas en la época de Franco. Corren malos tiempos para la libertad. Los ofendiditos de los políticamente correcto.

Comparto aquellas perspectivas de Mario Noya, Manuel Llamas y Arturo Pérez-Reverte.  Como ex editor de Opinión, como columnista y blorguero, pero sobre todo como liberal clásico, se me hace cuesta arriba (como no imposible) estar de acuerdo con que se censure la opinión de alguien, por repulsiva que esta me parezca.  ¿Con excepciones? Si, las mencionadas por Noya: que sean disparadoras inminentes y creíbles de violencia, de terrorismo, por ejemplo; y las contextuales.

Como el ejercicio de la libertad implica la responsabilidad, por supuesto que me parece que la injuria, la calumnia y la difamación deben tener consecuencias jurídicas, pero las opiniones de esa naturaleza no deben ser objeto de amordazamiento.

Fui editor de Opinión durante algún tiempo y me hubiera sentido muy, pero muy disgustado si el Director del diario, o el Consejo editorial me hubieran pedido amordazar a alguien sólo porque sus opiniones eran basura, ya fuera objetivamente, o desde la perspectiva si el Director, o el Consejo editorial.

Por cierto que Friedrich A. Hayek explica, acertadamente,  que siendo la libertad un estado de cosas en el que hay ausencia de coacción arbitraria -o sea un estado de cosas en el que las personas pueden actuar de acuerdo con sus mejores juicios posibles- lo que conocemos como libertades (como la libertad de expresión), en realidad son privilegios específicos.

Esta perspectiva es importante porque cuando se viola la libertad de expresión para no ofender sensibilidades, se anula el estado de libertad.

Lo anterior, por supuesto, no invalida el derecho -incuestionable- que tiene el propietario a decidir quiénes pueden usar sus recursos y quienes no.  Siempre que esté dispuesto a responsabilizarse de las consecuencias intencionadas, y no intencionadas de su decisión.

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