Se parece a la sonrisa del gato de Alicia en el país de las maravillas, ese fue el comentario más original que escuché mientras veía el eclipse de hoy. Lo hice en compañía de estudiantes y compañeros que pasaban por el jardín Manuel F. Ayau, de la Universidad Francisco Marroquín. Gracias a María José por aquel comentario ingenioso; y es cierto, el Sol y la Luna se parecían a la sonrisa del gato Cheshire.
El primer eclipse del que tengo memoria fue el de 1973, un eclipse total del Sol que ocurrió cuando yo estaba en Sexto grado de primaria. Ese y el eclipse total de 1991 fueron espectaculares.
He visto otros eclipses parciales de sol; uno en La Antigua y otro en la Universidad de Maryland, en College Park. Y hablando del Sol, el tránsito de Mercurio, en 2006 también fue algo hermoso.
Más frecuentes son los eclipses de Luna; fenómenos encantadores que -como los del Sol- y otros fenómenos celestes, invitan a meditar.
A mí me maravilla pensar en cómo es que la humanidad -o más bien como es que una buena parte de la humanidad- ha pasado de las explicaciones místicas a las explicaciones científicas de los eclipses y meteoros. Como es que pasamos de la creencia de que un murciélago se comía al sol, a entender la relación que hay entre el tamaño de la Luna y su distancia con respecto a la Tierra y al Sol para explicar por qué es que una cubre al otro.
Hoy me gocé, especialmente, las reacciones de admiración y alegría por parte de aquellos que no sólo nunca habían visto un eclipse, sino que ni se imaginaban cómo podía ser de hermoso en persona.
De paso, te dejo con Alto Giove, la aria que Farinelli canta en la corte del Rey de Francia durante un eclipse. Esa es la música que teníamos en el jardín de la UFM, mientras disfrutábamos de este acontecimiento astronómico.