Mis coetáeos y los más mayorcitos seguramente recordarán una película llamada Las tres caras de Eva; de esas que pasaban en Telecine temprano en la tarde. Es una buena peli, si no la has visto. Es la historia de una mujer que sufría de personalidad múltiple.
De aquello me acordé cuando leí la más reciente historia que ha alborotado a los chapines: la del bufete salido de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala. Para los no iniciados el asunto es el siguiente: dos fiscales de aquella comisión y uno del Ministerio Público se juntaron para fundar una oficina de abogados. En principio nada parece digno de atención especial ya que en los Estados Unidos de América -por ejemplo- no es raro que los fiscales se salgan del sector público y pasen a trabajar en el sector privado. En esos casos es evidente que los fiscales se llevan conocimientos íntimos sobre el modus operandi de la fiscalía en la que trabajaban y se llevan conocimientos íntimos sobre casos específicos. Hay dilemas y hasta problemas morales en este asunto; pero seguramente se arreglan con acuerdos de confidencialidad y con el carácter institucional de las fiscalías. ¿Cuál, entonces, es la objeción en Guatemala?
Yo creo que la objeción está relacionada con las expectativas que levantó la CICIG: en un país donde el tráfico de influencias y otros vicios han plagado el Organismo Judicial, el Ministerio Público, la policía y el sistema carcelario (es decir: ¡Todo el sistema de justicia!), muchos pusieron sus esperanzas en una comisión supuestamente impoluta, de burócratas internacionales, que vendría a hacer lo que nosotros no hemos podido (¿o querido?) hacer. De espaldas a toda la teoría del análisis económico de las decisiones públicas, mucha gente se hizo ilusiones con la CICIG.
Y…¿qué tiene esto que ver con Las tres caras de Eva? Uno podría decir que la CICIG ha tenido tres caras: la de Carlos Castresana, la de Francisco Dall´anese y la de Iván Velásquez. Cada una con poco más o menos luces y sombras. Las dos primeras particularmente sombrías y hasta perturbadoras (como la película). Uno podría decir que la CICIG ha tenido tres facetas, o caras: la abortada Comisión para la Investigación de Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos de Seguridad que era el sueño humedo y un engendro de quienes creen que Guatemala no tiene esperanzas y que debe ser intervenida, administrada y corregida por estructuras internacionales con poderes para hacer el país a su gusto; la CICIG de las expectativas que fueron muy decepcionantes en tiempos de los dos primeros comisionados y luego alcanzaron niveles estratosféricos en tiempos del actual jefe de la comisión; y la CICIG de la realidad que es tan vulnerable como cualquier otra burocracia y tan vulnerable (por decir algo) como cualquier burocrácia de la Organización de las Naciones Unidas, en particular. ¿Cómo iba a ser diferente entre los miembros de un grupo acomodado que disfruta de privilegios e inmunidades, exenciones y facilidades otorgados a los agentes diplomáticos de conformidad con la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, por lo que gozan de “inmunidad de toda acción judicial con respecto a palabras pronunciadas o escritas y a actos realizados por ellos en el desempeño de su misión”. Esta inmunidad de toda acción judicial se seguirá concediendo después de que hayan dejado de prestar servicios a la CICIG?
Mi perspectiva es que la Comisión no se ha institucionalizado. Todavía depende de la calidad y de la personalidad de su titular. En ese sentido, tres caras podrían convertirse en cuatro, o cinco, o más. ¿Qué pasaría si Iván Velásquez tuviera que dejar la jefatura de la Comisión? ¿Qué pasaría si por algún motivo desafortunado, o por cualquiera otra razón tuviera que dejar la CICIG en manos de otros personajes? Sin ser institucionalizada, la Comisión -y sus objetivos, así como sus métodos (no siempre ortodoxos)- quedarían en las manos caprichosas de cualquiera que se sintiera con ínfulas. Mi perspectiva es que la CICIG difícilmente se institucionalizará….y a lo mejor es mejor que eso no ocurra.
Mi perspectiva es que debería ocurrir lo que debió ocurrir desde el principio: los guatemaltecos deberíamos comprometernos con el rescate y consolidación del sistema de justicia nosotros mismos, en vez de clamar por un rey, por un procónsul, o por un grupo de burócratas cuya idea más genial sea la de pedir más impuestos, antes de racionalizar los gastos y eliminar sustancialmente la corrupción, o que sienta que su misión es someter al orden (a su orden) a los chapines.
No hay que olvidar el papelito que jugaron Ulate y el finado Barrientos Pellecer en el caso Giammattei, y también hace falta ver algunas condenas antes de poner la calcomanía de “yo ♥ CICIG” en la nave