A algunos de mis amigos les ha causado gracia, por decir algo, el hecho de que hago una comida que llamo el predesayuno.
Verás: Entre las ocho de la noche que es la hora más tarde en la que suelo cenar y las cinco de la mañana, que es la hora en la que me levanto cuando tengo clase a las siete, han pasado nueve horas sin que consuma alimentos. Y cuando llego a clase debo estar chispudo. El predesayuno es ese tentempié con el que acompaño mi taza de leche con café a las cinco y media de la mañana para estar bien vivo a las siete.
El predesayuno tiene que ser algo ligero pero energizante, sabroso, tirando a caliente. Por eso no puede ser fruta, porque la fruta tira a frío. Puede ser una tostada con mantequilla y mermelada hecha en casa, o puede ser un alfajor, pudín de pan, tortita de yuca, o moyete, por dar unos ejemplos. Ese bocadillo me permite llegar chispudo a clase y llegar sano y salvo a un desayuno apropiado a las ocho y media, cuando ya ha concluido la clase…y cuando ya me place desayunar.
La idea del predesayuno la tuve cuando -en mi primer trabajo como periodista- me levantaba a las tres de la mañana y llegaba a la oficina a las cuatro para producir la emisión de las seis de Aquí el mundo. Me comía mi tentempié antes de salir de casa y eso me permitía trabajar contento hasta que, a las siete y media, volvía a casa para desayunar como la gente.
La foto es de una tortita de yuca con miel de abejas, de donde doña Mela.