En Costa Rica una transnacional recién recibió autorización política para cultivar maíz genéticamente modificado; y claro, los ambientalistas han estado clamando contra las mal llamadas frankenfoods y contra las transnacionales. Clamor plagado de falacias, cuando no de mentiras.
Porque la mentira brilla hasta que la verdad sale a luz, el mismísimo creador de la palabra frankenfoods, M. Lynas, recién pidió perdón por haber pasado años calumniando a los alimentos genéticamente modificados y por haber empezado el movimiento contra los GM. Lamentó haber ayudado a demonizar una importante opción tecnológica que puede ser usada para beneficiar el ambiente. Dijo que, como ambientalista y como alguien que cree que todos en el mundo deberían tener derecho a una dieta saludable y nutritiva de su elección, no podría haber escogido un camino más contraproductivo. Velo en vimeo.com/56745320. Se acabó la pantomima de las frankenfoods.
En lo que valga, un documento de la OMS (2005), citado por el bloguero J.C. Hidalgo, dice que: Los alimentos transgénicos actualmente disponibles en el mercado internacional han sido sometidos a evaluaciones de riesgos y es improbable que no presenten más riesgos para la salud humana que sus contrapartes convencionales.
Si uno sigue la controversia en Costa Rica, se va a dar cuenta de que tiene las mismas raíces antiindustriales profundas que tenían los luditas, violentos manifestantes que en la Inglaterra de la Revolución Industrial destruían fábricas.
Desde que R. Carson escribió La primavera silenciosa, hace 50 años, el ambientalismo ha sido ecohistérico, poco científico, altamente sentimental, muy político y ludita. Ahora que se han revelado las verdades sobre el calentamiento global, el DDT y los GM (para citar tres cocos del ambientalismo del siglo XX), urge un ambientalismo sereno, científico y no ideologizado para el futuro. Uno que, parafraseando a mi cuate A. Morriss, le de valor a las vidas salvadas de la malaria, de asesoría para evitar las intervenciones masivas de los pipoldermos, desarrolle incentivos para el comportamiento responsable de los agricultores, y que haga énfasis en el conocimiento local de ecosistemas particulares, no en rimbombantes pronunciamientos de los burócratas.
Columna publicada en El periódico.