Recuerdos de la feria

Mi primer recuerdo de la Feria de Jocotenango es de cuando estaba en primer grado de primaria. Mi padre y mi tío Freddy nos llevaron a mi hermano y a mí; y en el tiro al blanco me gané una botellita de vino que mi mamá usó para sazonar un pollo.

También recuerdo que me dio miedo pasar junto a las carpas en las que eran exhibidas la mujer araña y el niño gusano. Recuerdo que subimos a uno de esos aparatos que dan vueltas y que me bajé totalmente mareado. No volví a sentir nada tan espantoso hasta hace unos 10 años, en Sumpango, cuando tuve la mala idea de subirme a la rueda de Chicago.

A la Feria volví unas tres veces más con los únicos propósitos de ir al tiro al blanco, jugar lotería y comer churros y atol de elote; así como comprar canillitas de leche, colochos de guayaba, encanelados, mazapanes, bolitas de tamarindo, tartaritas de leche y de almendras, bolitas de miel, pepitoria, nuégados, conserva de coco, y otras delicias. Nunca fui muy de garnachas, pero si me las ofrecían, me las comía con gusto. En cambio, los tacos con salsa y queso duro me son irresistibles.

Me fascinaba cómo cantaban lotería; y en casa mi tía abuela La Mamita imitaba muy bien a los de la Feria: ¡El Sol, cachetes de gringo! ¡El negrito, calzón rayado! ¡La muerte quirina, que andando se orina! Ojalá me acordara de más de esas frases, que no he vuelto a oír jamás.

Durante muchos años dejé de ir a la Feria porque se volvió algo sucio y no daba la impresión de ser seguro. Sin embargo, volví el año anterior y regresé el fin de semana pasado, y en ambas ocasiones fue un paseo muy agradable y divertido. No hay que ir sin paraguas, eso sí. Y al niño que hay en ti, sácalo para que se maraville de todo y te guíe en el paseo.

En esta ocasión llevé a una amiga polaca y a otra argentina y ambas disfrutaron muchísimo. Wiktoria se tiró conmigo en el resbaladero gigante; y Florencia se gozó los ronrones, esos juguetes decorados con papeles brillantes y plumas de colores que hacen un ruido ronco al girarlos con un palito. La verdad es que ir con amigos a la Feria es una oportunidad para la alegría y los buenos recuerdos.

Cuando voy, también me acuerdo de lo que mis abuelas contaban de la Feria a principios del siglo XX; y en esos recuerdos nos unimos tres generaciones de chapines.

Esa columna fue publicada en El Periódico.

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