Ahora que leo que el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social podría elevar la edad de jubilación de 60 a 62 años para los nuevos afiliados; y podría alzar el número de cuotas de 180 ó 15 años a 216 ó 18 años para todos los cotizantes, vale la pena meditar acerca de si vale la pena conservar este sistema anticuado y perverso.
El Seguro Social, tal y como funciona ahora, es como una pila que tiene un desagüe abierto más grande que el chorro que la llena. Cada cierto tiempo, el contenido se acerca peligrosamente al momento en que va a desaparecer y entonces hay que elevar las cuotas y/o alejar el tiempo de retiro. Es como un canasto al que todos aportan; pero sólo los que llegan primero pueden resultar beneficiados. Y como el dinero que ahí se pone es de todos, entonces no es de nadie, y cada tanto llega un vivo y se roba lo que puede. El sistema no sólo es anticuado, sino que es perverso.
El Seguro Social debería ser una forma de ahorro individual que les permita a las personas guardar recursos para el momento en el que no pudieran trabajar más, el momento en el que perdieran al cónyuge que las provee, o en caso de accidente. Por eso es que es muy importante. Por eso es que no debería ser lo que es.
Hace poco, en Francia, hubo manifestaciones muy violentas porque el gobierno elevó la edad mínima para jubilarse y la edad mínima para recibir pensión completa. Y allá el sistema es igual de perverso que aquí. Ojalá y los chapines exploráramos sistemas más creativos para la previsión social; sistemas que de verdad sirvieran a quienes dependen de ellos. Sistemas que le garantizaran mejor a la gente que -cuando tengan emergencias y necesidades- su dinero va a estar ahí.