No tiene al diablo adentro

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No crean ustedes que porque habla tiene al diablo adentro, este gramófono es lo mejor que se ha visto.  Pasen señores, pasen a oír sus canciones; así dice la voz en el disco que suena por medio de este hermoso aparato conservado en el Museo de los músicos invisibles.

A mí, este disco me causa muchísima gracia por varias razones: La primera es que, seguramente, en el Siglo XIX había muchísima gente que de verdad creía que los gramófonos eran cosa del Demonio.  ¿Cuántas beatas y beatos deben haber visto estos aparatos como obras de Satanás?  Eso no debe extrañarnos porque una vez oí de una anciana que no dejaba que grabaran su voz,  porque creía que eso era pecado y esto ocurría en la segunda mitad del Siglo XX.  De hecho, todavía en nuestros días, mucha de la moralidad gazmoña enfila su rabia contra la tecnología, la ciencia y la filosofía.  Segundo, porque a la gente más audaz le deben haber causado muchísima curiosidad y asombro los gramófonos.  ¡Cuánto diera yo por viajar en el tiempo y ver la cara de una familia chapina el día en el que el jefe de la casa entró con una gran caja, la abrió y puso un disco por primera vez!  Y tercero, porque los gramófonos costaban entre 40 y 200 pesos oro de aquel entonces, deben haber sido objetos tan reservados para los ricos; y ahora…¿quién no tiene un iPod, o algo parecido?

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