Sigue discusión sobre privilegios para cineastas

El cuate, Byron Rabé, me mandó uno de los argumentos más insostenibles para defender la ley de privilegios para los cineastas, conocida como Ley de la Industria Cinematográfica y Audiovisual. Byron dice que como otros lo hacen, los chapines también deberíamos hacerlo.


Eso me recordó que, cuando yo era niño y trataba de justificar con igual argumento alguna tontera que había hecho, diciendo que mi hermano había empezado, o que mi hermano lo había hecho también, mi padre preguntaba: Y si tu hermano se tira de cabeza a un pozo, ¿tú te tiras también?

Byron mandó una lista de países sudamericanos que tienen leyes, institutos y agencias al servicio de los cineastas y destaca que el único país que no tiene una ley de esas es Paraguay. Y añade que los Estados que han identificado la importancia del cine para el conocimiento y desarrollo de la cultura y para promover el empleo y la inversión, cuentan con políticas que estimulan esta creciente industria y eso me recordó que uno de los estados que más y mejor entendió la importancia del papel del cine fue el estado Nazi, de Hitler.

Byron lamenta que es posible que en esta discusión no se haya proporcionado de manera objetiva toda la información sobre la propuesta y su intencionalidad y, evidentemente por las confusiones y malas interpretaciones será necesario revisar y divulgar de manera efectiva y objetiva lo que realmente se pretende. Empero, en lo que al eje de mi argumentación concierne, no hay confusión alguna: la ley en cuestión busca tomar dinero ajeno por la fuerza y redistribuirlo políticamente. Quienes la promueven tienen un interés específico -lucrativo, o no- y desean que otros se los financien. Y esos otros, son los tributarios. Entiendo que esto es un abuso porque estoy seguro de que no a todos los tributarios nos interesa financiar películas (y tenemos otras prioridades); y porque los cineastas están usando la fuerza de la ley para obtener recursos, en vez de buscarlos de forma pacífica y voluntaria.

Suena feo, claro; pero no importa cómo disfracen la cosa, lo cierto es que aunque la mona se vista de seda, mona es y mona se queda.

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