Porque la vita e bella, con todo y todo, el martes asistí al concierto del Trío de Piano de Colonia que ofreció la Organización para las Artes Francisco Marroquín. ¡Puchis!, tenía ratos de no ver tanta pasión en un escenario; y esa pasión le fue contagiada al público.
El programa fue magnífico: el Trío en do menor para piano y cuerdas, Op. 1/3, de Ludwig van Beethoven; el Trío en fa mayor, Op. 80, de Robert Schumann; y el Trío en mi menor, Op. 67, de Dimitri Shostakovich. Según los expertos, fue una selección extraordinaria, no sólo por la calidad de las obras; sino porque no fue un programa complaciente.
Lo mejor, empero, fue la interpretación de los miembros del Trío. Joanna Sachryn y su cello, en compañía de Walter Schreiber, en el violín y Guenther Ludwig, en el piano, interpretaron las obras con encanto y pasión. A mi -y estoy seguro de que a casi todos en la sala- me sobrecogieron la música y el carácter que le imprimieron sus interpretes.
Casualmente había leído, el domingo en The New York Times que trae Prensa Libre, acerca de que “lo teatral hecho en toda seriedad puede, en las manos equivocadas, convertirse en comedia física” y francamente, yo no disfrutaría de histrionismos en la interpretación porque estoy de acuerdo con el artículo citado, con que “la interpretación con discresción no sacrificaría la atención del público”.
Por eso me llamó mucho la atención lo que ví en el Trío de Piano de Colonia. Pasión legítima y encantadora. Pasión que se comparte. Pasión que está en la música y que se refleja en las miradas de quienes tienen la dicha de interpetarla y en quienes tenemos la dicha de escucharla.
Gracias por un concierto que me hizo feliz.