La fiesta de las antorchas, el 14 de septiembre, es una fiesta popular en todo el sentido de la palabra. No es una oficial, ni estatal, ni nada parecido. Es de la gente.
La fiesta de las antorchas es una fiesta familiar.
En ella participan familias, barrios, iglesias, amigos, establecimientos educativos y personas de todas las edades y condiciones. Nadie la organiza, y ni hace falta un orden centralizado. De hecho, antes llegaban de la escuela estatal de educación física a encender las antorchas y cuando dejaron de llegar, nadie notó su ausencia. De cuando en cuando, el gobierno envía espectáculos musicales que desnaturalizan la celebración y son un fastidio. Un año, el gobierno mandó tamales y toda la plaza del Obelisco quedó como un cochinero resbaladizo.
La fiesta de las antorchas es de la gente. No es del gobierno, ni tiene que ser oficial, y no viene desde el poder. Por eso, es una fiesta que une y no divide. Los que vamos a ella lo hacemos porque nos gustan su alegría y su espíritu espontáneo. Y, ¿qué nos une? Algo sencillo: nos une el hecho de que nuestro muxu´x está enterrado aquí, en esta tierra. No hace falta nada más. El gobierno es irrelevante en esta fiesta; como no sea para mantener el orden razonable y cuidar a los participantes, lo cual se agradece.
A algunos no les gusta esa fiesta y se quejan; pero las calles son espacios de uso común, y toca sobrellevar ciertos inconvenientes durante las tradiciones populares que brindan alegría y nos conectan no sólo entre los que participamos en ellas, sino con las generaciones pasadas y las generaciones futuras. Toca, entonces, sobrellevar las procesiones, las ferias, la 21K, las bandas y las antorchas (que son de naturaleza diferente a los bloqueos y. a las marchas de acarreados). Las fiestas populares, por cierto, a nadie toman por sorpresa y durante las mismas, uno puede hacer planes para hacer menos cargosos los inconvenientes.
Estas meditaciones vienen a cuenta porque el director estatal de educación, de Sacatepéquez, pretende hacer creer que la fiesta de las antorchas necesita autorización gubernamental. Sepa, Su Señoría, que la forma en que las personas celebramos no necesita de autorización ministerial. Sepa, Su Señoría, que las personas —incluso los jóvenes— tienen vidas privadas más allá de los muros de los centros de adoctrinamiento que controla la cartera de Educación. Sepa, Su Señoría, que los jóvenes y sus familias deciden participar en las fiestas; no es asunto de los directores de aquellos centros ni de su despacho. Las celebraciones del 14 y 15 de septiembre pueden llevarse a cabo sin el oropel y sin los discursos oficiales manidos y cansinos.
¿Sabe, Su Señoría, que la Llama de la Libertad (que es responsabilidad del gobierno) se mantiene apagada en el Obelisco? ¿Por qué es eso importante? Porque la placa que acompaña a la llama ausente dice: Guatemalteco, esta llama simboliza nuestra suprema aspiración de libertad y de justicia. Venérala, respétala y no permitas que se extinga nunca. De modo que esta no es una fiesta vacía y tiene un contenido que heredan los niños y los jóvenes que van al Obelisco y corren con antorchas. Contenido que heredan quienes no tienen por qué crecer en una sociedad de odio, resentimiento y violencia, sino que podrían crecer en una con justicia… y en libertad.
La de las antorchas es una fiesta familiar, sana, pacífica y llena de alegría; y, por supuesto, hay que vivirla para entenderla. Tengo por lo menos 20 años de participar en esta fiesta, y ¿sabes qué es lo que más disfruto de ella? Las emociones de las familias y los niños, y las formas en que las manifiestan. Hay que ser algo niño para gozar plenamente estas celebraciones populares y callejeras. Hay que abandonar, pues, las burbuja ideológica y el esnobismo que impiden valorar la celebración colectiva, porque el fuego de las antorchas es tuyo y es mío, y ningún burócrata debería tratar de apagarlo.
Columna publicada en República.