26
Abr 12

El “coito del adiós”

Justo ahora que mi cuata, Carla, regresó de Arabia Saudita muy interesada en la cultura islámica, me encuentro con esto: Una ley controversial y macabra podría haber sido discutida en Egipto, gracias a la iniciativa de algún político extremista. La normativa les permitiría a los esposos tener sexo con sus esposas hasta seis horas después de estar muertas.

Entre las medidas supuestamente consideradas también fue rebajada la edad mínima permitida para el matrimonio, hasta los 14 años; y fue eliminado el derecho de las mujeres a recibir educación y tener un empleo.

Un clérigo marroquí habló de aquella posibilidad, en 2011; pero la embajada de Egipto en Lóndres negó que eso fuera posible y las mujeres se oponen a la idea.


26
Abr 12

Otro aniversario del asesinato de Gerardi

El 27 de abril de 1998 yo estaba en la Universidad de Maryland. Cuando llegué a la oficina, y abrí mi correo electrónico, me encontré con varios mensajes acerca del asesinato del obispo Juan Gerardi. Mi primera reacción fue: ¡Que brutos! ¿A quién se le ocurre matar a un obispo? Luego me pregunté: ¿A quién puede beneficiarle esta mulada? Y entonces pensé: A lo mejor no es mulada. Alguien va a sacarle provecho a esto. Acto seguido pasé vergüenza y media, tratando de explicarles a mis compañeros y maestros en qué clase de país era brutalmente asesinado un obispo.

El asesinato Gerardi nos tocó a todos los guatemaltecos y nos persigue. A mí, porque soy periodista, porque lo entrevisté en Libre Encuentro y porque vi de cerca la cobertura de las investigaciones y del juicio. Por eso, y porque se quienes son Maite Rico y Bertrand de la Grange, he esperado con ansias su libro ¿Quién mató al Obispo?

La obra es un reportaje extraordinario; en el que, como Beatriz y Virgilio, los autores nos llevan por un círculo tras otro de revelaciones perturbadoras e infernales. Es la prueba (como si hiciera falta) de que existe el mal. Pero no sólo el mal aleatorio en circunstancias extraordinarias; sino la perversidad misma, que engendra acciones deliberadas, ejecutadas por personas específicas, y dirigida contra seres humanos convertidos en objetivos. La mafia, una sobrina vengativa, militares conspiradores, curas oportunistas y corruptos, diplomáticos y funcionarios internacionales hipócritas y shutes, testigos increíbles, amigos traidores, médicos inescrupulosos, jueces venales y cobardes, fiscales serviles y funcionarios trepadores de la iglesia se mezclan en una trama horrible alrededor de sus víctimas. Trama que no sólo es espeluznante, sino que confirma que la realidad supera a cualquier ficción.

Todo el libro es un torbellino. Pero a mí me impresionaron más la conspiración familiar alrededor de los Lima; la descalificación orquestada contra el experto Reverte; la ocultación de las mordidas de Balou, la indolencia de los jueces frente a los testimonios sospechosos de los indigentes y el origen de la matrícula P-3201; las vidas sórdidas de los Hernández y los Orantes; la historia triste de Villanueva. Usted escoja, y hay más.

En medio de todo, lo que más indigna es el desafortunado encuentro de intereses comunes entre el crimen organizado y la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado [de Guatemala]. Encuentro que muchas veces ha sido pasado por alto y hasta apañado por los socialistas que hacen activismo en las redacciones y por la jerarquía de la iglesia. Yo hace ratos que soy católico de atrio; pero si fuera un católico comprometido, dejaría de dar limosnas en misa, y de contribuir con la iglesia, hasta que no sea cerrado ese engendro espantoso que es la ODHA[G].

A aquella coincidencia de intereses se le une en calidad de indigna la actitud de los jueces y fiscales empeñados en adherirse a una sola línea de investigaciones en el proceso. No nos confundan con hechos, parecían decir. Nosotros ya tenemos toda la verdad necesaria. Y con esa actitud uno no puede sino estar convencido de que este proceso ha sido corrompido y que es una vergüenza para la historia judicial guatemalteca.Claro que los implicados y sus amigos ya han empezado con la usual campaña de descalificación, a falta de hechos y argumentos. Que si los autores trabajaron a sueldo, que si son de derechas, que si esto y que si aquello. Pero lo cierto es que cualquiera que examine sus credenciales encontrará en Maite Rico y Bertrand de la Grange a dos periodistas profesionales, con largas y brillantes trayectorias en El País y Le Monde, así como en América Latina. Ambos han escrito uno de los libros más importantes sobre la historia moderna de Guatemala.

La obra hace evidente que, aunque la paz fue firmada hace años, la guerra todavía está activa. El libro le da una perspectiva necesaria a la historia reciente de los guatemaltecos y le añade elementos imposibles de ignorar. Nos desnuda a los chapines y nos debería poner a meditar profundamente. Si no ha leído ¿Quién mató al Obispo?, cómprelo, pídalo prestado, o lo que sea; pero hágalo preparado para presenciar la autopsia de un crimen y para sentir una profunda angustia. Luego, reflexione.

Este es el artículo que escribí en 2003 con motivo de la primera edición de ¿Quién mató al Obispo?